
La pareja cruza la calle y advierte que en esa pared hay muchos más de esos coloridos dibujos llamados stencils. Sacan unas fotos con el celular, pero se quedan mirando el último. Una figura sin manos que se dibuja en la pared. Observan con atención y quizá no sepan que el de la sonrisa y los brazos en alto es Perón (Foto 1). Y aun si lo lograran inferir es probable que no alcancen a entender el sentido último que encierra ese stencil en particular. Y ahí radica una de las mayores virtudes de esta técnica, que suele tematizar con cuestiones socio-políticas, aunque no se agota ahí, claro. Este arte urbano, surgido en Londres en los ochentas y “exportado” a otras grandes ciudades del mundo, apela por definición al transeúnte. En la mirada del otro encierra la razón de su ser. Así suele ser, además de políticamente “incorrecto”, irónico, bizarro, anti sistema, gracioso y crítico hasta la corrosión.
Buenos Aires y el conurbano tienen grandes stencileros (el Burzaco stencil es uno de los grupos

Donde otros ven carteles, mugre y pintadas de todo tipo en paredes viejas, los stencileros hacen un lugar, como si fuera un “lienzo” para atrapar la mirada del caminante. A partir de una estética –más o menos depurada– que promete llevar temas e ideas hasta la vuelta misma de la esquina.
Por Matías Izaguirre
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