¿Por qué vamos al cine? La respuesta parece ser obvia: a ver películas. Entonces formulemos de nuevo ¿Por qué seguimos yendo al cine cuando existe el DVD y -como en una cadena alimenticia- existe el video club en donde conseguir los últimos estrenos aún antes de que lleguen al cine y -más al fondo de la cadena- existen también los puestitos ambulantes que venden copias de esos mismos estrenos? Con todos esos factores en juego ya no es tan sencillo responder. La tecnología se coló en nuestras vidas casi sin pedir permiso y con ella hemos barrido lo esencial de ciertas prácticas sociales. Al cine vamos a jugar con los sentidos: vista, oído, tacto (si estamos bien acompañados), gusto (si tenemos la mala costumbre de comer pochoclo en la sala) y olfato e intuición para anticiparnos a la próxima escena. Todo esto acentuado por el hecho de estar inmersos en una cámara oscura, viéndolo todo pero ajenos a que alguien siquiera sospeche de nuestra existencia. Curiosamente, aún convocando al máximo todos los sentidos, nos hacemos invisibles. Y eso nos gusta.
Lo que nos atrae de ir al cine es, entonces, el lugar. No importa si el sonido es ultraviolento o si la pantalla mide más que la pared que la sostiene. Las butacas confortables pueden hacer la diferencia pero hasta por ahí nomás. Haciendo una comparación rápida: si un celular es un TELEFONO cuya única cualidad relevante es que es móvil y transportable, ¿para qué llenarlo de
cámaras de fotos, reproductores de música, grabadoras de videos y multiprocesadoras? No es necesario acarrear con esos artefactos todo el tiempo. De la misma manera que al cine no es necesario acudir para presenciar un evento tecnológico. El cine es arte y el arte es artesanal.
En distintos barrios de Buenos Aires (Caballito, Recoleta, Belgrano) las pequeñas salas cinematográficas de todos los tiempos fueron reemplazadas por complejos monumentales con salas de última generación. A tal despliegue, tal es el precio de la entrada. Los miércoles (día fijo de descuentos por ser la última función de muchas películas ya que los jueves se renueva la cartelera) un adulto paga alrededor de doce pesos, mientras que el resto de los días la entrada puede alcanzar los ¡diecisiete pesos! Esto sin nombrar que la oferta de títulos es muy acotada y ronda, las más de las veces, en superproducciones hollywoodenses. Pero hay otras opciones. Hay otras películas que vale la pena ver y a un precio mucho más accesible (y por qué no, razonable). La calle Corrientes (que en realidad hoy es una avenida) es famosa por sus teatros y librerías, por su movida cultural. Lejos quedaron los tiempos en los que la bohemia porteña se citaba en ciertas esquinas para deambular toda la noche en busca de nuevas experiencias y sensaciones. Pero la estructura sigue estando allí, a veces enmascarada y difícil de percibir, incluso para los nativos. De día, Corrientes no para: todo el tiempo tiene un extenso caudal de oficinistas, ejecutivos y secretarias pero también de barrenderos, mozos, colectiveros y taxistas. Corrientes está desprovista de su misticismo a la luz del día. No obstante, por la noche se transforma hasta el punto de hacer que los seres humanos que la caminan también cambien. Uno puede jugar a ser parte de esa bohemia de los 60/70 y es entrando a una de las salas de cine de antaño que se hace más palpable ese juego. En el Teatro San Martín (Foto1) -Corrientes 1530-
se encuentra la Sala Lugones que este año cumple sus felices 40. Ingresar a ese recinto es irse de viaje a través del tiempo: desde el mobiliario hasta los ciclos de cine que se organizan (actualmente hay en cartel un especial de cine japonés: De Kurosawa a Kitano: 50 años de cine japonés, una celebración) hablan de otra época que no tiene por qué estar a contramano de ésta. Lo clásico y lo moderno pueden convivir maravillosamente si le soltamos la soga a la curiosidad.
A pocos metros del Teatro San Martín, en Corrientes 1428, se encuentra el Cine Lorca, otra apuesta a la tradición cinéfila que brinda excelentes títulos europeos. Las tres salas que posee se conservan con una meticulosidad admirable, como si toda una flota de personal de mantenimiento estuviese a cargo de unas cuantas butacas de madera. No es la comodidad material lo que se puede encontrar sino un ambiente agradable, una charla en el café después de la función, esos pequeños rituales que difícilmente puedan darse en el patio de comidas de un shopping mall. Lo mismo ocurre en el Arteplex Centro de Corrientes 1145 o en el Premier de Corrientes al 1565: las películas exhibidas son estrenos pero todo a nuestro alrededor nos indica que por allí no han pasado las empresas del entretenimiento que por entretener entienden aturdir.
Los mejores complejos dedicados al cine nacional son el Tita Merello (Suipacha 442) y el Gaumont (Av. Rivadavia 1635), ambos pertenecientes al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Ambos proyectan durante varias semanas películas argentinas que en otras salas sólo resisten unos pocos días en cartel. En una sociedad que tiene tan extendida la concepción de que el cine nacional es lento y aburrido, hacen falta más espacios dedicados a distribuir su propio arte, aunque sea para que ese imaginario que sobrevuela sobre los espectadores sea confirmado o rechazado de plano. Muchos de quienes dicen no tolerar el cine nacional apenas vieron unas pocas películas argentinas en su vida y, muy posiblemente, no hayan sido las adecuadas. Los precios en estas salas son realmente económicos (entre cuatro y siete pesos para los adultos y dos pesos en el Gaumont para los estudiantes con libreta universitaria en mano) y la oferta es muy amplia. Si bien las producciones nacionales están a la cabeza, también tienen espacio otras producciones latinoamericanas que vale la pena conocer.
El cine resiste al tiempo. No solamente al paso del tiempo como condición cronológica, sino que de manera mucho más heroica, el cine está dándole batalla a las nuevas tecnologías, al avance en un único sentido que ellas implican. Porque no podemos negar que es cómodo mirar en el living unas buenas películas, pero tampoco podemos desconocer que el tubo negro que nos acapara en una sala de cine moviliza al cuerpo de otra manera, más allá del confort. Alcanzar esa sensación no tiene que ser un artículo de lujo. Salirse del circuito convencional de películas y salas de cine no debería ser ninguna rareza.
Por Estefanía Iñiguez
Lo que nos atrae de ir al cine es, entonces, el lugar. No importa si el sonido es ultraviolento o si la pantalla mide más que la pared que la sostiene. Las butacas confortables pueden hacer la diferencia pero hasta por ahí nomás. Haciendo una comparación rápida: si un celular es un TELEFONO cuya única cualidad relevante es que es móvil y transportable, ¿para qué llenarlo de

En distintos barrios de Buenos Aires (Caballito, Recoleta, Belgrano) las pequeñas salas cinematográficas de todos los tiempos fueron reemplazadas por complejos monumentales con salas de última generación. A tal despliegue, tal es el precio de la entrada. Los miércoles (día fijo de descuentos por ser la última función de muchas películas ya que los jueves se renueva la cartelera) un adulto paga alrededor de doce pesos, mientras que el resto de los días la entrada puede alcanzar los ¡diecisiete pesos! Esto sin nombrar que la oferta de títulos es muy acotada y ronda, las más de las veces, en superproducciones hollywoodenses. Pero hay otras opciones. Hay otras películas que vale la pena ver y a un precio mucho más accesible (y por qué no, razonable). La calle Corrientes (que en realidad hoy es una avenida) es famosa por sus teatros y librerías, por su movida cultural. Lejos quedaron los tiempos en los que la bohemia porteña se citaba en ciertas esquinas para deambular toda la noche en busca de nuevas experiencias y sensaciones. Pero la estructura sigue estando allí, a veces enmascarada y difícil de percibir, incluso para los nativos. De día, Corrientes no para: todo el tiempo tiene un extenso caudal de oficinistas, ejecutivos y secretarias pero también de barrenderos, mozos, colectiveros y taxistas. Corrientes está desprovista de su misticismo a la luz del día. No obstante, por la noche se transforma hasta el punto de hacer que los seres humanos que la caminan también cambien. Uno puede jugar a ser parte de esa bohemia de los 60/70 y es entrando a una de las salas de cine de antaño que se hace más palpable ese juego. En el Teatro San Martín (Foto1) -Corrientes 1530-

A pocos metros del Teatro San Martín, en Corrientes 1428, se encuentra el Cine Lorca, otra apuesta a la tradición cinéfila que brinda excelentes títulos europeos. Las tres salas que posee se conservan con una meticulosidad admirable, como si toda una flota de personal de mantenimiento estuviese a cargo de unas cuantas butacas de madera. No es la comodidad material lo que se puede encontrar sino un ambiente agradable, una charla en el café después de la función, esos pequeños rituales que difícilmente puedan darse en el patio de comidas de un shopping mall. Lo mismo ocurre en el Arteplex Centro de Corrientes 1145 o en el Premier de Corrientes al 1565: las películas exhibidas son estrenos pero todo a nuestro alrededor nos indica que por allí no han pasado las empresas del entretenimiento que por entretener entienden aturdir.
Los mejores complejos dedicados al cine nacional son el Tita Merello (Suipacha 442) y el Gaumont (Av. Rivadavia 1635), ambos pertenecientes al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Ambos proyectan durante varias semanas películas argentinas que en otras salas sólo resisten unos pocos días en cartel. En una sociedad que tiene tan extendida la concepción de que el cine nacional es lento y aburrido, hacen falta más espacios dedicados a distribuir su propio arte, aunque sea para que ese imaginario que sobrevuela sobre los espectadores sea confirmado o rechazado de plano. Muchos de quienes dicen no tolerar el cine nacional apenas vieron unas pocas películas argentinas en su vida y, muy posiblemente, no hayan sido las adecuadas. Los precios en estas salas son realmente económicos (entre cuatro y siete pesos para los adultos y dos pesos en el Gaumont para los estudiantes con libreta universitaria en mano) y la oferta es muy amplia. Si bien las producciones nacionales están a la cabeza, también tienen espacio otras producciones latinoamericanas que vale la pena conocer.
El cine resiste al tiempo. No solamente al paso del tiempo como condición cronológica, sino que de manera mucho más heroica, el cine está dándole batalla a las nuevas tecnologías, al avance en un único sentido que ellas implican. Porque no podemos negar que es cómodo mirar en el living unas buenas películas, pero tampoco podemos desconocer que el tubo negro que nos acapara en una sala de cine moviliza al cuerpo de otra manera, más allá del confort. Alcanzar esa sensación no tiene que ser un artículo de lujo. Salirse del circuito convencional de películas y salas de cine no debería ser ninguna rareza.
Por Estefanía Iñiguez
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