lunes, 15 de octubre de 2007

El lunfardo: Aquella profana forma de decir las cosas

Apoliyar. Berreta. Bondi. Boludo. Cana. Chorro. Gil. Guita. Joder. Mina. Morfar. Ortiba. Pibe. Telo. Yeca...
Apenas quince palabras son el arbitrario botón de muestra de esta jerga popular. Y es muy posible que pueda parecer poco. De hecho, son nada al lado de las 12.500 voces lunfardas. Con todo, estas quince expresiones tienen, como cualquier otra, la llave de acceso a tantos lugares, charlas y experiencias como lo permita el pensamiento y la capacidad del lector.
Alguno se acordará del día en que compró una radio muy berreta (de mala calidad) y la bronca que se agarró. Otro, en cambio recordará la última vez que fue a morfar (comer) con sus amigos. Un tercero se sonreirá cuando rememore que, siendo aún muy pibe (chico, joven), logró convencer a su mina (mujer) para ir al telo (hotel, albergue transitorio). Y un recién llegado al país no entenderá bien cuándo y cómo usar el término boludo.
Entonces, de más está decir que aun siendo quince las palabras escogidas, cuando las escuchamos o leemos percibimos el arraigo que tiene el lunfardo en Argentina. De hecho, ¿cuántas veces a la semana decimos o escuchamos la palabra bondi? ¿Cuántas veces se dirá por día en todo el país? Imposible saberlo. Miles y miles de veces. Aunque decir millones debe ajustarse más a la realidad. Ni hablar si pensamos en la palabra boludo. Que si no está entre las locuciones favoritas del argentino es de pura casualidad.
El primer bondi o colectivo fue el 1 que circulaba por la Av. Rivadavia desde Lacarra hasta Plaza de Mayo

El habla de los ladrones
El primer vocabulario lunfardo del país se publicó, según Soler Cañas, el 6 de julio de 1878 en el diario La Prensa, con el título El dialecto de los ladrones. Una de las 29 voces registradas ahí destacaba que lunfardo, en efecto, significaba ladrón. Esta jerga. inicialmente utilizada por delincuentes, tenía como fin desorientar a los guardias y que estos no adivinaran sus charlas y planes.
Luego fue permeando como por goteo en otras capas sociales. Primero en los suburbios porteños, entre los murmullos de aquellos acostumbrados a vivir en los márgenes del sistema. Así, se empezaron a escuchar palabras como bacán (utilizado para designar a aquel hombre que es o bien mantenido por la mujer o un hombre de dinero que no se preocupa por trabajar), chabón (tonto), chamuyar (hablar y/o hablar con la intención de persuadir), franeleo (manoseo; juego previo al acto sexual), falopa (droga), kilombo (prostíbulo o desorden, lío), yuta (policía), hinchabolas (cargoso), pirar (irse, volverse loco) por sólo mencionar algunas. Esa jerga se combinó con las intenciones, el ingenio y la habilidad para expresar de las crecientes masas de criollos que comenzaban a ser alfabetizados. A su vez, las enormes cantidades de inmigrantes que llegaron al país, también aportaron sus propios giros y matices, derivados de sus lenguas originales.
El lunfardo, de este modo, dejó de ser patrimonio exclusivo y distintivo de los compadritos figura arquetípica del porteño pendenciero, amante de la noche y la pelea –ver dibujo– para formar parte del habla popular de todos los habitantes de la ciudad.
Por otra parte, el tango también le dio un impulso decisivo. Lo llevó al Interior del país y al Uruguay, siendo hoy de uso frecuente en ambas márgenes del Río de la Plata. Cualquiera sea la clase social, o la profesión, todos comprenden y utilizan, en mayor o menor medida, una enorme cantidad de palabras provenientes del lunfardo.
Es que no es lo mismo decir “a ése lo tengo junado” que decir que se lo tiene visto. La connotación que aporta junado, carga con un matiz mucho más amplio. Lo mismo cuando se habla de laburo (trabajo) o de cambalache término que hace alusión a un trueque de cosas de poco valor. Esta palabra se popularizó con el tango homónimo escrito por Enrique Santos Discepolo.
El uso del lunfardo es más bien coloquial y está impregnado al habla cotidiana. Muchas veces juega con la fonética de algunas palabras (por ejemplo, finoli= fino) o con la inversión de las sílabas, hablando al revés el al vesre (como en feca= café o gomía=amigo) y otras, simplemente lo hace con el interlocutor, que se supone comparte el código.
Hoy esa “profana” forma de decir las cosas forma parte del habla de estas latitudes. Si algo está claro, es que el lunfardo sigue absolutamente vigente. A la vez que da cuenta de cómo el ingenio y la necesidad de expresarse expanden los límites impuestos por la lengua, enriqueciéndola y contribuyendo al desarrollo de la identidad cultural de un pueblo.
No es que hablarla sea cosa de guapos sino de vivir en estas “pampas”.

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