miércoles, 31 de octubre de 2007

De cómo hallar el juguete rabioso y las cartas de mamá

Dos escritores de orígenes diferentes captaron, a través del lenguaje de sus obras, la identidad de un pueblo: Julio Cortázar y Roberto Arlt, son una parte importante de nuestro patrimonio cultural.
Toda expresión artística define el espíritu de un pueblo. Conocer la literatura de un lugar es necesario para entender lo que hay detrás del paisaje. Tanto Arlt como Cortázar, son dos escritores que supieron interpretar Buenos Aires y lograron plasmar esa identidad en sus libros.
Sus orígenes son disímiles: Arlt (foto 1) era hijo de un inmigrante prusiano y una italiana. A los 26 años publicó El juguete rabioso, su primera novela. Por entonces, comenzaba también a escribir para los diarios Crítica y El mundo. La profesionalización de la escritura no se había establecido con bases sólidas y, por ello, debía realizar ambas actividades para sobrevivir.
El Juguete rabioso, es una de las obras que quien quiera deleitarse con buena literatura no puede eludir. Arlt se distingue por su manera de decir y su talento para describir lo que lo rodea. Sus columnas diarias, las Aguafuertes porteñas, aparecieron de 1928 a 1935 en diario El Mundo.
Entre los títulos del autor también se destacan: Los siete locos (1929), Los lanzallamas (1931), El amor brujo (1932), Aguafuertes porteñas (1933), El jorobadito (1933) y Aguafuertes españolas (1936).
En 1935, Arlt viajó a España y África enviado por el diario El Mundo. Las notas realizadas durante ese periplo, fueron compiladas para la edición de Aguafuertes Españolas. Esto constituye una excepción, puesto que, salvo alguna escapada a Chile y Brasil, Arlt mantuvo a la ciudad de Buenos Aires como escenario privilegiado, tanto en su vida real como en la trama de sus novelas.
Julio Cortázar (foto 2) es una marca registrada en la literatura argentina, un baluarte que despierta entusiasmo entre sus lectores. Hijo de un diplomático argentino, nació en Bruselas en 1914. Sin embargo vivió muchos años en el país y sus obras fueron escritas en castellano. Realizó estudios de Letras y de Magisterio, trabajó en varias ciudades del interior de Argentina. Supo retratar a Buenos Aires con realismo y belleza. Sus creaciones literarias no tienen desperdicio, para los que quieren conocer más del suelo argentino y para los que quieren releer buenas obras. El gran maestro del cuento tiene entre sus títulos mas importantes: Bestiario (1951), Las armas secretas(1964), Todos los fuegos el fuego (1966), Alguien anda por ahí (1977). Su libro más importante fue Rayuela escrito en 1963 y con una estructura vanguardista que revolucionó el ámbito cultural de su época.
Por todo esto, tanto Arlt como Cortázar son dos artistas de la palabra que inmortalizaron el lenguaje que cotidianamente se usa en cualquier esquina de esta gran urbe. Son escritores imprescindibles para el que quiere desmenuzar el sentir porteño y sus vaivenes.
Los ciudadanos del mundo, los que se van y siempre vuelven, los que están ávidos de buenas historias y los que están deseosos de releer lo que les regocija el alma, deben buscar los títulos que estos autores legaron. “No te dejes abatir por las despedidas, son indispensables como preparación para el reencuentro. Y es seguro que los amigos se reencontraran, después de algunos momentos o de todo un ciclo vital” dice Richard Bach en su libro Ilusiones. Un buen libro puede ser un gran amigo con el que siempre nos podemos reencontrar.
Por Mariana Mei

martes, 30 de octubre de 2007

De fútbol somos

Pocas son las marcas culturales que nos definen a los argentinos tanto y tan bien como el fútbol. Fue traído hace más de 150 años por los ingleses cuando aún todo estaba por hacerse. El flechazo, dicen, fue a primera vista. Lo adoptamos como propio y ya nunca lo abandonamos. Colegios, fábricas, ferrocarriles y potreros fueron la cuna de nuestros primeros jugadores y con ellos el génesis de todo. En ese Big Bang nació nuestro planeta fútbol. Clubes, rivalidades, campeonatos y asociaciones. La radio y la televisión vinieron con los años. Arrancaba el gran negocio gran.
En general, desde aquellos días, la cosa funciona más o menos así: los padres (en su defecto, tíos o abuelos) van transmitiendo el amor por determinados colores a sus hijos como un rito indelegable. Así, los bebés toman con cada mamadera también una pequeña dosis de fútbol y en cada canción de cuna se cuela una de cancha. Jugar fútbol con amigos y mirar cuanto partido se pueda, son algo que dotaran al niño de cierto conocimiento en conceptos futbolísticos. Los años, se supone, harán el resto.
El ejemplo más claro de nuestra “locura” futbolística se da cuando juega la selección nacional. El país queda virtualmente paralizado. Encerrado sobre sí mismo mirando una pantalla. La ecuación es: pelota rodando + selección nacional = nadie en las calles. 90 minutos en donde nada es, o parece ser, demasiado importante. Lo mismo sucede cuando se enfrentan Boca y River o cuando alguno de estos juega instancias decisivas de la Copa Libertadores de América.
La atención se centra sobre los veintidós jugadores, el árbitro y esa ridícula y hermosa esfera que no llega a pesar 450 gramos. A pesar de eso, genera alegrías inenarrables (salvo para Víctor Hugo Morales) cuando es gol. Ni hablar si éste es en el último minuto. Del otro lado, puede haber tristezas hondas y hasta roturas de carné de socio. En algunos casos la bronca dura una semana (hasta el próximo partido, claro).
¿Otro ejemplo elocuente? Cuántas veces hemos escuchado ése “¿Argentino? Maradona”. La asociación parece funcionar al instante. El país se funde al jugador más virtuoso de todos los tiempos.
El negocio, mientras, crece sin parar. Y así será en la medida en que cada inicio de campeonato renueve la pasión y la expectativa. Y no hay nada que indique que esto cambiará en algún momento. No importa de qué categoría sea el equipo que uno siga, las ganas de verlo campeón siempre están intactas.
El círculo vicioso se cierra cuando los medios, con el afán de cubrir “la necesidad” de la gente, dan mayor difusión a la Primera división. En especial, a los llamados cinco grandes (Boca Juniors, River Plate, Racing Club, Independiente y San Lorenzo).
Esto genera que muchos extranjeros, a veces, queden obnubilados con lo primero que les ofrecen. Los tours a la Bombonera, las visitas a la cancha de River y todas las luces de la Primera división que les estallan en las retinas.
Sin embargo, hay que decir que existe otro fútbol argentino: el “ascenso”, que aglutina a equipos de divisionales menores y cuyo nombre refleja la esperanza de estos humildes clubes: ascender a una categoría superior. Allí, los futbolistas son distintos a los conocidos. Juegan por un sueldo modestísimo, muchas veces se les adeudan varios meses. No imaginan la vida sin jugar, pero tampoco trabajando de “otra cosa”. Juegan, más que nada, para despuntar el vicio. Militan en equipos chicos, donde las canchas suelen ser un barrial. Tribunas incompletas, accesos difíciles (la de San Telmo en la Isla Maciel es uno de los tantos ejemplos) y “falta de garantías” como eufemismo de violencia latente son cuestiones que ese otro fútbol, lamentablemente, alberga.
El Ascenso y sus sufridos hinchas, quizá sean el reflejo más vivaz de cómo es, se vive y se juega el fútbol argentino. Más allá de que cada día se juegue peor, por el éxodo masivo de jugadores. Después de todo, algunos dicen que “se juega como se vive”.
Por Matías Izaguirre

Un acorde regrabable

Soda Stereo, Estadio River Plate, sábado 20 de Octubre de 2007.
El recital arrancó cuando Cerati se asomó y dijo: “Por fin”. En ese momento, la burbuja en el tiempo que fue esta reunión de Soda Stereo, explotó y se hizo canción. Con “Juegos de seducción” rompieron hielo.
La espera -desde la compra misma de la entrada ¡en Junio! hasta las 21 hs. del día de la cita- incluyó estados de ánimo varios: emoción-ansiedad-alegría-hartazgo comercial-indiferencia-recuerdos-nuevamente ansiedad y mucha pero mucha expectativa. Unos videos del genial Peter Capusotto (ver urgentemente “Peter Capusotto y sus videos”, lunes 23 hs. por Canal 7 o buscar en YouTube) hicieron muy entretenida la demora, pero lo cierto es que una vez ahí ya poco importaba la impuntualidad. Tres tipos salieron a rockearse entre ellos frente a 65.000 personas que presenciaron esa sutil guerra de instrumentos. Porque más allá de la excelente calidad musical del encuentro, entre Gustavo Cerati (voz, guitarras), Zeta Bosio (bajo, coros) y Charly Alberti (batería), la poca onda fue evidente.
En la primavera de 1997 esta banda de rock que supo ser la más grande de Latinoamérica decidió separarse. Entonces tuvimos un único recital también con un River Plate repleto y un cierre memorable: “¡Gracias… totales!” fueron las improvisadas palabras finales de Cerati. Un abrazo sentido entre los tres y cada cual a lo suyo. En estos diez años, Gustavo creció muchísimo como solista y compartió (¿robó?) novia con Charly, que se dedicó al negocio de las computadoras, mientras Zeta se armó una productora independiente para bandas under y organizar festivales de música alternativa. Ni el destino ni las causalidades, quisieron que durante toda una década estos otrora inseparables compañeros de la música se dirigieran la palabra. Mucho menos se fantaseaba con una reunión de la banda. Pero lo que no consiguió la calidez humana, lo logró una compañía de teléfonos celulares. Con un gran sponsor, una maquinaria de marketing exagerada y una gira por toda América con entradas agotadas, Soda Stereo versión 2007 volvió a ponerle música a la primavera.
El repertorio estuvo muy lejos de ser aquel del de la despedida, plagado de hits que desataban la euforia colectiva. En esta oportunidad, hubo un repaso prolijo por todas las etapas de la banda, fue entonces que pudieron sonar temas tan viejos como paradójicamente nuevos para el público de menos de treinta años. Eso hizo posible una reactualización de ciertas premisas de la década del ochenta que -leídas en clave post dictadura- dejó en evidencia el falso debate Los Redondos vs. Soda Stereo (basta con repasar hoy las letras de “Vitaminas”, “Dietético” o “Sobredosis de TV” para encontrar el contenido político que tanto le reclamaron al trío). Los momentos más intensos estuvieron a cargo de “Persiana Americana” (aquí literalmente el estadio explotó y la voz de Cerati no se escuchó durante toda la canción), “En la ciudad de la furia”, “Primavera 0”, “De música ligera” y “Sueles dejarme solo”, lejos una de las guitarras más encendidas de la noche. Sorprendieron con el final reggaeton de “Cuando pase el temblor” y estremecieron con “Signos”, “Fue” y “Zona de promesas”. Hicieron bises y agregaron un tema de improviso “por ser sábado”. Tocaron con precisión de relojería suiza durante más de dos horas y media. En una palabra: cumplieron. Pero no volvieron. Esta no es la vuelta de Soda Stereo. Para serlo, tendrían que tener disco nuevo, temas nuevos, versiones nuevas, algún cover, al menos. Como nada de eso sucede, le siguen sacando jugo a las mismas canciones de siempre, tarea que sólo puede ser posible a costa de haberlas dejado reposar un buen rato primero. En el fondo, más allá del rejunte de Soda Stereo (al que se suman The Police, Genesis y muchos otros a nivel mundial), es la extinción de un género musical que supo alcanzar el status de forma de vida lo que está en juego.
“Gracias por tanto” se despidió esta vez Cerati, como intentando repetir la atmósfera de hace diez años mientras se está apagando el rock.

Por Estefanía Iñiguez

domingo, 21 de octubre de 2007

Revuelto Gramajo

El revuelto gramajo fue creado por el Coronel Artemio Gramajo, edecán del general Julio A. Roca a quien asistió durante la campaña al desierto. Su creación se impuso en todos los restaurantes de Buenos Aires y se expandió por todos los restaurantes del país. Gramajo, nació en Santiago del Estero en 1838 y murió en Buenos Aires en 1904. Siguió la carrera de militar y se destacó en todas sus funciones. En 1867 conoce a Roca -una de las figuras más polémicas de la historia argentina- con el que establecería una larga amistad. La historia de la invención del platillo nos remite al año 1879 en una tienda de Campaña durante la expedición al desierto. Gramajo sabía que no tenían muchos víveres e improvisó con los elementos a su alcance. En medio de los cañonazos, Roca le preguntó secamente a Gramajo: -¿Que comemos? -Mi revuelto General, contestó el edecán formalmente. Roca un poco sordo por los cañonazos preguntó: -¿Revuelto Gramajo, Coronel? A lo que Gramajo concluyó: -Sí, mi General, habrá de gustarle tanto, como ganar esta batalla. Hoy ganaremos sobre un enemigo que no tendrá el higado satisfecho de trabajar tanto, para darnos un grande y buen provecho.
Ingredientes:
-Papas negras, 1/2 Kg.
-Aceite de girasol, cantidad necesaria
-Cebolla, 1
-Jamón cocido, 100 g
-Huevos, 4
-Manteca, 50 g
-Sal y pimienta, a gusto
Preparación:
Pelar las papas y la cebolla y cortarlas en bastones muy chicos. Poner las papas en remojo en agua fría durante 1 hora. Secar muy bien las papas con un lienzo. Calentar abundante aceite en una sartén profunda y cuando el aceite esté caliente introducir las papas de a poco. Dejar freir las papas hasta que se doren, y luego retirar. Picar el jamón en finos bastones. Batir ligeramente los huevos. En una sartén calentar la manteca, saltear allí la cebolla hasta que sea transparente Incorporar el jamón cocido, las papas fritas y los huevos. Revolver el revuelto gramajo hasta que los huevos estén cocidos pero algo jugosos. Retirar y servir.
Atención:
Esta es la versión original que con los años, tuvo algunos agregados como la incorporación de ajo, arvejas, pechugas de pollo y la condimentación con especias varias.
Por Esteban Martínez

¡Un brindis por el ingenio!

Para los chinos, la palabra crisis contempla también otro significado: la oportunidad. Es en esos momentos en los que todo sale mal y no parece haber salidas, cuando hay que agudizar el ingenio para poder torcer la historia. Eso mismo es lo que pensaron Roberto Cardón y Hugo Olivera (Foto) en 2001, cuando quedaron desempleados en los talleres de matricería y mecánica en los que trabajaban. Fue durante esa gran recesión económica con serios conflictos socio políticos, cuando diseñaron y patentaron el "descorjet", un "descorchador" de vinos espumantes, que resuelve el problema de la falta de seguridad y la incomodidad a la hora de destapar una botella de champagne o de sidra. La idea nació al observar un hecho cotidiano. Durante una fiesta, un mozo había tenido que descorchar más de 60 botellas de champagne y había terminado con sus manos lastimadas. Como en tantas otras historias de inventores, el problema se transformó en desafío. Realizado en acero inoxidable, posee una tapa frontal y dos laterales realizadas en plástico ABS cromado o bañadas en oro de 24 kilates.
Sin embargo, el camino que debieron realizar para ver concluida su obra fue largo y penoso. Si bien tenían una muy buena idea y un excelente prototipo funcional, la cobertura de patente de invención era muy débil y no tenían una visión clara de cómo comercializar el producto. Ayudados por la Asociación Argentina de Inventores, se abocaron a corregir y fortalecer su proyecto, rehicieron el documento de su patente, mejoraron el diseño, y desarrollaron una estrategia para la línea de producción, y de venta del descorchador. Asimismo, resolvieron con éxito varias cuestiones relativas a la obtención de patentes en otros países.
En 2002, el "descorjet" logró la Medalla de Oro en el Salón Internacional de Inventos en Suiza y fue galardonado con diploma de honor al mejor producto en diseño y terminación compitiendo con otros 1000 inventos de más de 45 países.
Hoy, esta invención creada en un taller particular es un producto exportable en el mundo entero con patentes en más de 25 países (Argentina, Brasil, México, EE.UU, Canadá, Unión Europea, Australia, Nueva Zelanda entre otros). El producto se fabrica en la Argentina para abastecer al Mercosur, y en Taiwán para distribuirlo al resto del mundo. La empresa misma controla la fabricación y comercialización y son los mismos socios quienes trabajan en la elaboración.
¡Salud!
Por Esteban Martínez

martes, 16 de octubre de 2007

Pizza, fainá y una canción de barrio.

Cada obra recrea su mundo y cada canción tiene su lugar en Buenos Aires.
Ya se sabía como podían acabar esos diálogos: íbamos a beber un poco mas de cerveza y nos iríamos pensando que eso nunca terminaría. Porque lo bueno nunca se valora lo suficiente, ni siquiera se tiene en cuenta. Buenos Aires, sus nubes recurrentes y la reunión de amigos en el mismo lugar.
Jamón, morrones, fugazza y empanadas. La Avenida Rivadavia, en su cauce, cobra miles de nombres. Al 8.800 se llama moscato, pizza y fainá, bautismo popular que le dio una canción de "Memphis la Blusera" (foto), grupo que nació en la misma cuna: Floresta.
Lejos de las luces y disposiciones esquemáticas de las grandes pizzerías porteñas, un horno a leña deleita a los que saben degustar una buena porción de pizza. Son pocas las mesas en el pequeño local de “La universal”, algunos prefieren comer parados junto al mostrador y espiar el televisor de 20 pulgadas. Su dueño prepara cajas de cartón y algunas motos esperan los pedidos para repartir.
Las porciones son crocantes e invitan a volver a servirse. El flan mixto es indiscutible para los que saben distinguir el sabor de un buen postre casero. Un mozo alcanza para atender a los numerosos clientes porque el lugar es chico, todo se mantiene pulcro y todo transcurre en el ritmo de barrio que es parte del cruce de Olivera y Rivadavia. En la esquina de las mismas calles, como contrapartida, hay una pizzería que ofrece otra alternativa. el lugar es amplio, las luces son muchas y hasta tiene su sector de fumadores. Buenos Aires es así, ecléctica, diferente y contradictoria. Donde parece que no pasa nada, donde el colectivo dobla todos los días, transcurre la vida y la muerte. A dos cuadras de la pizzería de la canción de Memphis, el ex garage Olimpo guarda malos recuerdos de los años de plomo.
Desde los años cuarenta, la grande de mozzarella de "La Universal" tiene su lugar en la ciudad. El local cambió de dueños, pero no sus especialidades: Calabresa, Roquefort, Napolitana, pizza rellena y la tradicional torta de ricota son otros de los platos ofrecidos.
Dos o tres amigos y algunas parejas comen sin preocuparse en el lugar, que luce orgulloso un recorte de diario que la menciona como parte importante de la metrópoli y que, en su imán para heladera, retoma la frase inmortalizada por el blues.
Barrio por barrio, con el alma a veces bien y otras mal, la gente circula, conoce y olvida porque como sabe decir Mario Benedetti “Y no obstante siempre hay quien se resiste a irse sin gozar, sin apogeos sin brevísimas cúspides de gloria, sin periquetes de felicidad”. Como todo lo que somos, "La Universal" existe más acá del horizonte.

Por Mariana Mei.
Pizzería “La Universal”

Avenida Rivadavia 8816

¿Qué colectivos llegan?
1-2-5-36-46-49-52-63-86-
88-92-96-107-113-114-136-
153-163-182

lunes, 15 de octubre de 2007

El lunfardo: Aquella profana forma de decir las cosas

Apoliyar. Berreta. Bondi. Boludo. Cana. Chorro. Gil. Guita. Joder. Mina. Morfar. Ortiba. Pibe. Telo. Yeca...
Apenas quince palabras son el arbitrario botón de muestra de esta jerga popular. Y es muy posible que pueda parecer poco. De hecho, son nada al lado de las 12.500 voces lunfardas. Con todo, estas quince expresiones tienen, como cualquier otra, la llave de acceso a tantos lugares, charlas y experiencias como lo permita el pensamiento y la capacidad del lector.
Alguno se acordará del día en que compró una radio muy berreta (de mala calidad) y la bronca que se agarró. Otro, en cambio recordará la última vez que fue a morfar (comer) con sus amigos. Un tercero se sonreirá cuando rememore que, siendo aún muy pibe (chico, joven), logró convencer a su mina (mujer) para ir al telo (hotel, albergue transitorio). Y un recién llegado al país no entenderá bien cuándo y cómo usar el término boludo.
Entonces, de más está decir que aun siendo quince las palabras escogidas, cuando las escuchamos o leemos percibimos el arraigo que tiene el lunfardo en Argentina. De hecho, ¿cuántas veces a la semana decimos o escuchamos la palabra bondi? ¿Cuántas veces se dirá por día en todo el país? Imposible saberlo. Miles y miles de veces. Aunque decir millones debe ajustarse más a la realidad. Ni hablar si pensamos en la palabra boludo. Que si no está entre las locuciones favoritas del argentino es de pura casualidad.
El primer bondi o colectivo fue el 1 que circulaba por la Av. Rivadavia desde Lacarra hasta Plaza de Mayo

El habla de los ladrones
El primer vocabulario lunfardo del país se publicó, según Soler Cañas, el 6 de julio de 1878 en el diario La Prensa, con el título El dialecto de los ladrones. Una de las 29 voces registradas ahí destacaba que lunfardo, en efecto, significaba ladrón. Esta jerga. inicialmente utilizada por delincuentes, tenía como fin desorientar a los guardias y que estos no adivinaran sus charlas y planes.
Luego fue permeando como por goteo en otras capas sociales. Primero en los suburbios porteños, entre los murmullos de aquellos acostumbrados a vivir en los márgenes del sistema. Así, se empezaron a escuchar palabras como bacán (utilizado para designar a aquel hombre que es o bien mantenido por la mujer o un hombre de dinero que no se preocupa por trabajar), chabón (tonto), chamuyar (hablar y/o hablar con la intención de persuadir), franeleo (manoseo; juego previo al acto sexual), falopa (droga), kilombo (prostíbulo o desorden, lío), yuta (policía), hinchabolas (cargoso), pirar (irse, volverse loco) por sólo mencionar algunas. Esa jerga se combinó con las intenciones, el ingenio y la habilidad para expresar de las crecientes masas de criollos que comenzaban a ser alfabetizados. A su vez, las enormes cantidades de inmigrantes que llegaron al país, también aportaron sus propios giros y matices, derivados de sus lenguas originales.
El lunfardo, de este modo, dejó de ser patrimonio exclusivo y distintivo de los compadritos figura arquetípica del porteño pendenciero, amante de la noche y la pelea –ver dibujo– para formar parte del habla popular de todos los habitantes de la ciudad.
Por otra parte, el tango también le dio un impulso decisivo. Lo llevó al Interior del país y al Uruguay, siendo hoy de uso frecuente en ambas márgenes del Río de la Plata. Cualquiera sea la clase social, o la profesión, todos comprenden y utilizan, en mayor o menor medida, una enorme cantidad de palabras provenientes del lunfardo.
Es que no es lo mismo decir “a ése lo tengo junado” que decir que se lo tiene visto. La connotación que aporta junado, carga con un matiz mucho más amplio. Lo mismo cuando se habla de laburo (trabajo) o de cambalache término que hace alusión a un trueque de cosas de poco valor. Esta palabra se popularizó con el tango homónimo escrito por Enrique Santos Discepolo.
El uso del lunfardo es más bien coloquial y está impregnado al habla cotidiana. Muchas veces juega con la fonética de algunas palabras (por ejemplo, finoli= fino) o con la inversión de las sílabas, hablando al revés el al vesre (como en feca= café o gomía=amigo) y otras, simplemente lo hace con el interlocutor, que se supone comparte el código.
Hoy esa “profana” forma de decir las cosas forma parte del habla de estas latitudes. Si algo está claro, es que el lunfardo sigue absolutamente vigente. A la vez que da cuenta de cómo el ingenio y la necesidad de expresarse expanden los límites impuestos por la lengua, enriqueciéndola y contribuyendo al desarrollo de la identidad cultural de un pueblo.
No es que hablarla sea cosa de guapos sino de vivir en estas “pampas”.

domingo, 14 de octubre de 2007

Dulce de Leche

La historia cuenta que el dulce de leche se inventó de manera accidental en Cañuelas un 17 de julio de 1829, mientras se desarrollaba una de tantas treguas entre Unitarios y Federales. En esa ciudad de la provincia de Buenos Aires, se iba a producir un encuentro entre el General Juan Lavalle (líder del Partido Unitario) y Juan Manuel de Rosas (Jefe de los Federales) en la estancia de este último. Ambos habían firmado el 24 de junio un tratado en esa localidad, con el fin de concluir las hostilidades y llamar a elecciones para integrar la Junta de Representantes. El 17 de julio, Lavalle llegó al campamento de Rosas muy cansado de cabalgar y pidió verlo para tratar algunos asuntos pendientes. Como éste tardaba, no resistió la tentación de dormir una pequeña siesta en un catre de campaña que estaba cerca y se quedó profundamente dormido.
Una mulata que preparaba la "lechada" (leche caliente con azúcar) para la merienda, al ver al "enemigo" acostado en el camastro de Rosas, se indignó y fue a buscar ayuda para sacarlo de allí. En su premura, olvidó la leche sobre las brasas y ésta quedó hirviendo lentamente. Cuando volvió con refuerzos, lo hizo al mismo tiempo que Don Juan Manuel, quien ordenó no interrumpir el sueño de su "hermano de leche" (los había amamantado la misma nodriza). Lavalle recién despertó al día siguiente. Cuando la cocinera retornó junto al fogón encontró la "lechada" convertida en una especie de jalea color marrón claro. Ella misma probó aquel dulce, le gustó y le convidó a los que estaban alrededor: así nació el dulce de leche.
INGREDIENTES:
-4 litros de leche -1 kg de azúcar -1/2 cucharadita de bicarbonato de sodio de cocina (para dar color) -Esencia de vainilla
PREPARACIÓN: Colocar todos los ingredientes en un recipiente grande, preferentemente de cobre o aluminio, y cocinarlo a fuego fuerte, revolviendo con una cuchara de madera para que no se pegue. Cuando tenga un color marrón claro y esté espesándose, se baja el fuego al mínimo y se sigue cocinando, tomando la precaución de revolverlo de vez en cuando para que no se queme y no se pegue. Una vez que esté a punto, se retira del fuego. Se coloca el recipiente sobre agua fría y se continúa revolviendo un rato (siempre en la misma dirección porque es una emulsión y si no puede cortarse). Esto hace que el dulce se espese mas aún. Dejar enfriar para almacenar en frascos de vidrio con tapa y conservar en la heladera. Puede utilizarse para relleno de tortas o crepes, acompañar flanes o ensaladas de fruta o bien comerlo solo si se es muy goloso.
Por Esteban Martínez
Agradecemos la colaboración de Mercedes Peluffo.

sábado, 13 de octubre de 2007

El cine resiste

¿Por qué vamos al cine? La respuesta parece ser obvia: a ver películas. Entonces formulemos de nuevo ¿Por qué seguimos yendo al cine cuando existe el DVD y -como en una cadena alimenticia- existe el video club en donde conseguir los últimos estrenos aún antes de que lleguen al cine y -más al fondo de la cadena- existen también los puestitos ambulantes que venden copias de esos mismos estrenos? Con todos esos factores en juego ya no es tan sencillo responder. La tecnología se coló en nuestras vidas casi sin pedir permiso y con ella hemos barrido lo esencial de ciertas prácticas sociales. Al cine vamos a jugar con los sentidos: vista, oído, tacto (si estamos bien acompañados), gusto (si tenemos la mala costumbre de comer pochoclo en la sala) y olfato e intuición para anticiparnos a la próxima escena. Todo esto acentuado por el hecho de estar inmersos en una cámara oscura, viéndolo todo pero ajenos a que alguien siquiera sospeche de nuestra existencia. Curiosamente, aún convocando al máximo todos los sentidos, nos hacemos invisibles. Y eso nos gusta.
Lo que nos atrae de ir al cine es, entonces, el lugar. No importa si el sonido es ultraviolento o si la pantalla mide más que la pared que la sostiene. Las butacas confortables pueden hacer la diferencia pero hasta por ahí nomás. Haciendo una comparación rápida: si un celular es un TELEFONO cuya única cualidad relevante es que es móvil y transportable, ¿para qué llenarlo de cámaras de fotos, reproductores de música, grabadoras de videos y multiprocesadoras? No es necesario acarrear con esos artefactos todo el tiempo. De la misma manera que al cine no es necesario acudir para presenciar un evento tecnológico. El cine es arte y el arte es artesanal.
En distintos barrios de Buenos Aires (Caballito, Recoleta, Belgrano) las pequeñas salas cinematográficas de todos los tiempos fueron reemplazadas por complejos monumentales con salas de última generación. A tal despliegue, tal es el precio de la entrada. Los miércoles (día fijo de descuentos por ser la última función de muchas películas ya que los jueves se renueva la cartelera) un adulto paga alrededor de doce pesos, mientras que el resto de los días la entrada puede alcanzar los ¡diecisiete pesos! Esto sin nombrar que la oferta de títulos es muy acotada y ronda, las más de las veces, en superproducciones hollywoodenses. Pero hay otras opciones. Hay otras películas que vale la pena ver y a un precio mucho más accesible (y por qué no, razonable). La calle Corrientes (que en realidad hoy es una avenida) es famosa por sus teatros y librerías, por su movida cultural. Lejos quedaron los tiempos en los que la bohemia porteña se citaba en ciertas esquinas para deambular toda la noche en busca de nuevas experiencias y sensaciones. Pero la estructura sigue estando allí, a veces enmascarada y difícil de percibir, incluso para los nativos. De día, Corrientes no para: todo el tiempo tiene un extenso caudal de oficinistas, ejecutivos y secretarias pero también de barrenderos, mozos, colectiveros y taxistas. Corrientes está desprovista de su misticismo a la luz del día. No obstante, por la noche se transforma hasta el punto de hacer que los seres humanos que la caminan también cambien. Uno puede jugar a ser parte de esa bohemia de los 60/70 y es entrando a una de las salas de cine de antaño que se hace más palpable ese juego. En el Teatro San Martín (Foto1) -Corrientes 1530- se encuentra la Sala Lugones que este año cumple sus felices 40. Ingresar a ese recinto es irse de viaje a través del tiempo: desde el mobiliario hasta los ciclos de cine que se organizan (actualmente hay en cartel un especial de cine japonés: De Kurosawa a Kitano: 50 años de cine japonés, una celebración) hablan de otra época que no tiene por qué estar a contramano de ésta. Lo clásico y lo moderno pueden convivir maravillosamente si le soltamos la soga a la curiosidad.
A pocos metros del Teatro San Martín, en Corrientes 1428, se encuentra el Cine Lorca, otra apuesta a la tradición cinéfila que brinda excelentes títulos europeos. Las tres salas que posee se conservan con una meticulosidad admirable, como si toda una flota de personal de mantenimiento estuviese a cargo de unas cuantas butacas de madera. No es la comodidad material lo que se puede encontrar sino un ambiente agradable, una charla en el café después de la función, esos pequeños rituales que difícilmente puedan darse en el patio de comidas de un shopping mall. Lo mismo ocurre en el Arteplex Centro de Corrientes 1145 o en el Premier de Corrientes al 1565: las películas exhibidas son estrenos pero todo a nuestro alrededor nos indica que por allí no han pasado las empresas del entretenimiento que por entretener entienden aturdir.
Los mejores complejos dedicados al cine nacional son el Tita Merello (Suipacha 442) y el Gaumont (Av. Rivadavia 1635), ambos pertenecientes al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales). Ambos proyectan durante varias semanas películas argentinas que en otras salas sólo resisten unos pocos días en cartel. En una sociedad que tiene tan extendida la concepción de que el cine nacional es lento y aburrido, hacen falta más espacios dedicados a distribuir su propio arte, aunque sea para que ese imaginario que sobrevuela sobre los espectadores sea confirmado o rechazado de plano. Muchos de quienes dicen no tolerar el cine nacional apenas vieron unas pocas películas argentinas en su vida y, muy posiblemente, no hayan sido las adecuadas. Los precios en estas salas son realmente económicos (entre cuatro y siete pesos para los adultos y dos pesos en el Gaumont para los estudiantes con libreta universitaria en mano) y la oferta es muy amplia. Si bien las producciones nacionales están a la cabeza, también tienen espacio otras producciones latinoamericanas que vale la pena conocer.
El cine resiste al tiempo. No solamente al paso del tiempo como condición cronológica, sino que de manera mucho más heroica, el cine está dándole batalla a las nuevas tecnologías, al avance en un único sentido que ellas implican. Porque no podemos negar que es cómodo mirar en el living unas buenas películas, pero tampoco podemos desconocer que el tubo negro que nos acapara en una sala de cine moviliza al cuerpo de otra manera, más allá del confort. Alcanzar esa sensación no tiene que ser un artículo de lujo. Salirse del circuito convencional de películas y salas de cine no debería ser ninguna rareza.

Por Estefanía Iñiguez