
cuadras del caos y la polución, en el barrio de Montserrat a la altura de México 1545, se encuentra el Hostel Kilca. Patios amplios, hermosas plantas y flores que me invitan a respirar, y hamacas paraguayas colgando su vagancia de las paredes.
Kilca es una casona antigua atendida por sus dueños, Daniela y Guido, y por algún que otro turista que intercambia trabajo por hospedaje. Daniela me cuenta que la clave para lograr un ambiente armónico -entre tantos acentos e historias de vida diferentes- es la confianza, mientras Guido corre de un lado para otro porque acaban de llegar dos americanos cincuentones con esbeltas novias colombianas. Yo hago un esfuerzo sobrehumano por recordar tantos nombres, orígenes y rostros. Entre caras sonrientes y destapadores que pasan de mano en mano, también hay chicos cansados que mañana se tienen que levantar temprano. No sólo hay personas de vacaciones, muchos turistas están trabajando o estudiando en Buenos Aires y adoptan a Kilca como hogar. 
En el patio trasero se está celebrando una cena internacional, no sólo por la cantidad de viajantes, sino porque cada uno preparó un plato. Hay sopa fría, lasaña, cuadraditos de brownie, humus, vegetales cortados en juliana, pionono de dulce de leche y mucha pero mucha cerveza para acompañar la velada. Curiosamente, “birra” es una de las palabras más y mejor pronunciadas. Uno de los señores recién llegados ya se presentó y todos le ofrecieron un vaso, el otro todavía está trepado a la cama marinera peleándose con las sábanas. Daniela se ríe de todo y de todos, enmarcada en una noche veraniega de Septiembre habla de “familia”, de “amigos”, de “convivencia” y yo termino por comprender que este hostel es lo que es porque primero fue un hogar para ella.
Me voy sin saludar para no cortar el espíritu de fiesta. Otros como yo también tienen que levantarse temprano. Pero, para mí, el dolor de cabeza de mañana no será una anécdota. Mientras cruzo el enorme portón de madera me pregunto qué tendrá esta ciudad para que venga tanta gente de todas partes del mundo. No puede ser “solamente por el tipo de cambio”, pienso y me pierdo en el asiento trasero de un taxi conducido por un viejo de mil quinientos años. “Definitivamente hay algo más” y cierro los ojos en el desorden de mi cuarto.
por ESTEFANÍA IÑIGUEZ

En el patio trasero se está celebrando una cena internacional, no sólo por la cantidad de viajantes, sino porque cada uno preparó un plato. Hay sopa fría, lasaña, cuadraditos de brownie, humus, vegetales cortados en juliana, pionono de dulce de leche y mucha pero mucha cerveza para acompañar la velada. Curiosamente, “birra” es una de las palabras más y mejor pronunciadas. Uno de los señores recién llegados ya se presentó y todos le ofrecieron un vaso, el otro todavía está trepado a la cama marinera peleándose con las sábanas. Daniela se ríe de todo y de todos, enmarcada en una noche veraniega de Septiembre habla de “familia”, de “amigos”, de “convivencia” y yo termino por comprender que este hostel es lo que es porque primero fue un hogar para ella.
Me voy sin saludar para no cortar el espíritu de fiesta. Otros como yo también tienen que levantarse temprano. Pero, para mí, el dolor de cabeza de mañana no será una anécdota. Mientras cruzo el enorme portón de madera me pregunto qué tendrá esta ciudad para que venga tanta gente de todas partes del mundo. No puede ser “solamente por el tipo de cambio”, pienso y me pierdo en el asiento trasero de un taxi conducido por un viejo de mil quinientos años. “Definitivamente hay algo más” y cierro los ojos en el desorden de mi cuarto.
por ESTEFANÍA IÑIGUEZ

¿Cómo llegar? Los colectivos que pasan por esta zona del barrio de San Telmo son: 2-6-17-23-39-59-60-67-91-96-100-102-103-168
Para más información sobre Kilca Hostel y sus servicios, visitá www.kilcabackpacker.com
1 comentario:
me parece q esos cincuentones no tienen ningun tipo de problema de subir dos o tres pisos mas de camas mientras tengas semejantes colombianas al lado, habran pagado algo por la compania jeje
salute
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